Y todos mis secretos. Te confíe mi vida, amigo, te confíe mi vida. Y tú la guardabas con la fidelidad de un perro lobo: sin dar cuartel al adversario. Ni siquiera cuando tu corazón falló, hace ahora un año, pude reprocharte nada. No fue culpa tuya.
Has sido testigo íntimo de tres años de mi vida: la tesis, aquel adiós, las notas nerviosas para una clase, las estúpidas páginas de un diario, las sonrisas de ahora, los balbuceos de este blog. ¡Tantas cosas, compañero!
Lo peor es que ya no podremos compartir este otoño. Y sabes que sin ti -lo sabes bien- nunca me habría atrevido a embarcarme en esta aventura. ¡Estos saltos siempre los hemos dado juntos, eh!
Ahora te echaré de menos. Y ojalá -ojalá- hubiera podido hacer algo más por salvarte. Quizá algún día, desde donde estés, puedas perdonarme.
(A las 5.41 de la mañana del jueves 27 de septiembre, comenzó a realizar unos ruidos extraños y, súbitamente, se tornó blanco para jamás despertar).
Descanse en paz.